viernes, 27 de mayo de 2011

hace un par de días decidí borrar mi cuenta de correo para no recibir un mensaje que me aseguraba un episodio de angustia. lo borré y no me di cuenta que eso implicaba eliminar también mi blog de la faz de la red. desaparecieron todos mis escritos del último año. no tenía ningún respaldo de ellos. y a excepción de un par de textos, en verdad no me sentía muy orgullosa del contenido del blog. pero cuando traté de meterme a la página y me di cuenta que ya no existía, sentí como si se me hubiera borrado parte de la vida. se me borró. me sentí de luto. no era capaz de reescribir lo que perdí. no me acordaba mucho y tampoco sabía si valía la pena hacer el ejercicio. con mis textos tengo una relación homóloga a la que tengo conmigo misma. o más bien, mis textos son una extensión de esa relación. la mayoría del tiempo odio lo que escribo y cómo lo escribo. después me gustan un poco y finalmente me da igual si me gustan o no porque lo importante es que están plasmados en un soporte fuera de mi frágil memoria. están ahí y eso me tranquiliza. me tranquilizaba. aquí está mi vida, pensaba. aquí está lo más importante. lo que yo creía que era lo más importante. después de pensar un rato sobre el episodio, decidí tomarlo como un acto poético provocado en parte por el azar y en parte por mi estupidez. un acto que me obligará a reinventar mis historias a partir de mi visión actual. una que no tiene casi nada que ver  con lo que yo era hace un año atrás. redefinirlo todo. o casi todo. de nuevo.

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