martes, 9 de octubre de 2012

ya no puedo pensar que porque me miras devotamente, vas a apostar por lo mismo que yo. debo aceptar que no vale homogeneizar el sentir. que eso que yo veía de mí en ti, no era más que un reflejo ficticio de mi obsesión por entender-te-me-nos. que todo esto que ha pasado no es más que otra evidencia de que aun no me arrojo al devenir. que estoy más aferrada que nunca a la ilusión del control. y que mi talón de aquiles está penosamente ubicado en el centro de mi pecho. o un poco más abajo.

que fui educada para admirar a los hombres y buscar su aprobación. que al mismo tiempo, me enseñaron a sentirme inferior a ellos, despreciada, dependiente de su afecto. y me dijeron que nada era yo si no tenía un ejemplar de esos a mi lado. y que la culpa de eso no es de ningún hombre, ni de muchos. es un poco mía y a la vez de nadie. 

y así, me fui envolviendo en una serie de encuentros en los que nunca se me quiso como yo necesitaba ser querida. entonces me conformé. me resigné. agradecí la oportunidad, sinceramente, pero me perdí. de todas formas, me perdí. porque me di cuenta que algo peor que  la soledad es sentir que a una la quieran mal.

y ninguna de estas melosidades importaría si yo no creyera realmente en lo débiles que son los pilares que sostienen mi _ _ _ _. si yo no me sintiera un poco como un palafito de madera devorado por termitas ciegas, que no pretenden dañarme, pero tampoco hacerme bien. porque así como yo, ellas también andan atadas a sus necesidades. a veces, creo que todo puede reducirse a que me falta valor para entender. 

lunes, 8 de octubre de 2012

y me encuentro aquí, de nuevo. mordiendo el cojín con bordados fifís que mi mamá compró para mi cama. porque los cojines con bordados fifis tienen esa cosa "digna" que a la gente de clase media baja le gusta tener en sus casas. y porque yo aun vivo con mi mamá, y mi papá, y mi hermano y mi otro hermano, que también es un mamón, y mi gata, que es la máxima expresión de la dependencia emocional que se respira en este lugar.

lo muerdo con rabia, golpeo la cabeza contra la pared. me retuerzo. nunca me había retorcido tanto. le ruego a un dios en el que no creo. me voy abajo. bien abajo. se me escapa la fe. desaparece el concepto de mi cabeza. me decido con convicción por el resentimiento, la negación, la inutilidad del por qué. niego la voluntad. mi voluntad. el estúpido optimismo. apelo a la justicia divina. me olvido de la lógica. vuelvo al por qué. le cuento a este dios originado por mi oportunismo, que esto no debiera ser porque "no me lo merezco" y le  detallo todas las veces en que me ha sucedido lo mismo, y le explico también las bondades que podría haberle entregado yo a otros si me hubiera dado la razón esta vez, y vuelvo a morder el cojín, vuelvo a retorcerme, vuelvo a golpear la cabeza.

porque no me oye, este dios no me oye, tiene la puerta cerrada con un cartel que aplaza mi atención burocráticamente, hasta nuevo aviso. me dice sutilmente que aun no entiendo nada. o que en verdad entiendo muy poco o peor aun, que no quiero entender.  y yo le digo, "pero es que duele tanto", mientras me encojo de angustia ante su mirada. atenta. neutra.

me detengo.

me viene la calma de golpe. no me ilusiono con ella, pero la dejo llegar. "hay una posibilidad", me digo. advierto el autoengaño, pero no me importa. cualquier cosa antes de repasar otra vez los pensamientos suicidas. me aferro a la oportunidad. a un último encuentro que me permita entender, ya no desde mi no-dios, sino que desde mí, desde él. quizás removerlo un poco, quizás intentarlo una última vez, aunque resuene en mí la certeza del fracaso. una vez más. a ver qué sale.

pido una última cosa antes de olvidar: que el universo me regale una pena calma.