jueves, 9 de agosto de 2012

Allanamiento - Alfredo Zitarrosa


"Hoy anduvo la muerte buscando entre mis libros alguna cosa... Hoy por la tarde anduvo, entre papeles, averiguando cómo he sido, cómo ha sido mi vida, cuánto tiempo perdí, cómo escribía cuando había verduleros que venían de las quintas, cuando tenía dos novias, un lindo jopo, dos pares de zapatos, cuando no había televisión, ese mundo a los pies, violento, imbécil, abrumador, esa novela canallesca escrita por un loco... Hoy anduvo la muerte entre mis libros buscando mi pasado, buscando los veranos del 40, los muchachitos bajo la manguera, las siestas clandestinas, los plátanos del barrio, asesinados, tallados en el alma... Hoy anduvo la muerte revisando mi abono del tranvía, mis amigos, sus nombres, las noches del Café Montevideo, las encomiendas por la Onda con olor a estofado, revisando a mi padre, su Berreta, su Baldomir, revisando a mi madre, su hemiplejia, al Uruguay batllista, a Arístides querido, a mis anarcos queridos bajo bandera, bajo mortaja, bajo vinos y versos interminables... Hoy anduvo la muerte revisando los ruidos del teléfono, distintos bajo los dedos índices, las fotos, el termómetro, los muertos y los vivos, los pálidos fantasmas que me habitan, sus pies y manos múltiples, sus ojos y sus dientes, bajo sospecha de subversión... Y no halló nada... No pudo hallar a Batlle, ni a mi padre, ni a mi madre, ni a Marx, ni a Arístides, ni a Lenin, ni al Príncipe Kropotkin, ni al Uruguay ni a nadie... ni a los muertos Fernández más recientes... A mí tampoco me encontró... Yo había tomado un ómnibus al Cerro e iba sentado al lado de la vida... Pasé frente al Nocturno y la vida había pintado unos carteles... Pregunté en una esquina por la hora, y en la bolsa del hombre que me dijo la hora iba la vida, junto con su almuerzo... Hoy dejaré las puertas y las ventanas de mi casa abiertas... y la noche entrará por todas las ventanas de mi casa, por todas las ventanas de todo el barrio, por todas las ventanas de todos los cuarteles y de todas las cárceles, por todas las ventanas de los hospitales... la noche entrará, cabeceando, saltará para adentro, sombra a sombra a la luz del farol... y se echará en el piso como un perro... y aguardará hasta la madrugada... Hoy... dejaré las puertas y las ventanas de mi casa, abiertas, para siempre..."


domingo, 5 de agosto de 2012

Miércoles 1 de agosto - Santa Isabel

Bajó las escaleras lentamente, como si cada pie le pesara el equivalente a su peso completo. Cuando juntó las plantas en el piso del subterráneo, se arrodilló. Una señora que pasó la miro y se dijo a sí misma "se le debe haber caído algo." Pero nada se le había caido, simplemente sintió deseos de pegar el cuerpo contra el piso.

De rodillas sobre las baldosas, se ayudó con las manos para quedar completamente estirada con las palmas apuntando hacia su cabeza y los codos ligeramente doblados. Pegó la mejilla derecha al piso y sintió el frío de la superficie, mientras su oreja comenzaba a captar los primeros ecos  de los pasos de los transeúntes.
Con la mirada fija en la nada, pensó "...................................." Un joven que pasó por su lado, se agachó junto a su cabeza y le preguntó: "flaca, ¿estai bien?". "Si, gracias. Solo quiero estar aquí, tirada en el piso". El joven ,desconcertado, siguió caminando.

Pero en medio del tránsito de la estación, su anhelo comenzó a causar extrañeza y un guardia no tardó en llegar para intentar auxiliarla. "Señorita, ¿se siente bien...?" "Si, me siento super", dijo ella. "Ah..." dijo el guardia titubeando. "¿quiere que le ayude a pararse entonces...?" "No, gracias", respondió ella, "aquí estoy perfecto".

-Disculpe señorita, pero no puedo dejarla aquí...La gente tiene que transitar por este lugar...

-Pero hay mucho espacio para transitar todavía... Se corrió algunos metros hacia la muralla ayudándose con las manos y los pies y sin despegar la cabeza del suelo. "¿Ve...?", le dijo al guardia.

Totalmente desconcertado y ya un poco harto, él le dijo: "Señorita, tendré que pedirle que se retire".

-Pero ¿por qué habría usted de hacer eso?

-Señorita, por favor... Voy a tener que llamar a carabineros si no se para...


-¡Pero eso no tiene ningún sentido, no estoy infringiendo ninguna ley!, ¿ por qué una persona no tiene derecho a acostarse en el suelo si quiere...?

-Señorita, esto es propiedad de Metro, la gente paga por este servicio y usted lo esta entorpeciendo...

A esas alturas ya se había forma un buen círculo de curiosos alrededor de los dos. La gente en su mayoría confundida, comenzaba a especular en susurros sobre las posibles causas de tal escena. Pero lejos la más desconcertada era la chica del suelo, que tras escuchar los argumentos del guardia gritó con decisión: "¡Usted es absolutamente absurdo!"

El guardia no supo que decir. La gente siguió acumulándose alrededor de ellos hasta que la chica comenzó a sollozar, golpeteando el pecho suavemente contra el suelo y manteniendo la vista fija en el extremo inferior de la muralla opuesta. Lloraba y lloraba entre cerrando los ojos de vez en cuando como quien quiere despertar de una terrible pesadilla temiendo que sea cierta.

Un caballero que observaba la situación elaboró su propia teoría explicativa: esa mujer había perdido algo extremadamente importante para ella . Uno de esos regalos que la vida da y quita sin aparente razón. "Son esas cosas que pasan en las que nadie tiene la culpa...Y no dan ganas de morirse, pero tampoco te sientes capaz de llevar una vida digna", le comentó a su mujer más tarde, al llegar a casa.

"Señorita, por favor, déjeme ayudarla..." Y ella se negaba con pequeños movimientos de cabeza, incapaz de creer, por sobre todo, de creer.

Estuvo así cinco minutos, todo el tiempo mirando hacia la pared, hasta que de pronto paró en seco y direccionó el rostro hacia el suelo forzando su nariz para hacerla encajar con la superfricie plana. Apoyó las palmas de las manos sobre las baldosas, y de un salto se puso de pie como si hubiera recuperado de golpe la energía vital. El rostro, sin embargo, expresaba el mismo profundo pesar de hace unos minutos. El guardia y los observadores intentaron ayudarla vagamente en el más completo silencio. Ella se limpió un poco las rodillas, se estiró el abrigo, la falda, dio media vuelta y volvió a subir las escaleras sin decir una palabra.

La gente comenzó a dispersarse, algunos la llamaron loca, y el guardia volvió a su puesto de trabajo con una intriga que le cosquilleaba justo en la barbilla.