miércoles, 22 de junio de 2011

La tía, la playa y los conejos de pascua


La cara, la pura cara, no sé dónde estaba el resto del cuerpo. Tampoco era que estuviera decapitada, pero ahí estaba su cabeza y el resto no importaba. Estábamos en mi colegio de la infancia, rodeados de esos largos pasillos fríos, sin historia, porque las construcciones que nacieron en los noventa no alcanzan a tener historia. Y en una de las salas que de pronto se transformaba en la pieza de mis papás en la casa de la playa, estaba yo, maquillando el cadáver de mi tía. Su cabeza flotaba en una especie de olla con una salsa verde, una sopa, no sé bien de qué. Flotaba ahí, pero no se mojaba. La muerte la había vuelto impermeable. Tenía esa boca cerrada a la fuerza con la gotita. Horrible. Le puse un poco de rouge para que no se notara tanto porque recuerdo que cuando murió de verdad, su boca era lo único que me hacia recordar que era un cadáver entre tanta pompa funeraria. El fashion emergency para la fiesta de los gusanos. Que weá más sin sentido. Pero ahí estaba yo, maquillando de nuevo a la tía, poniéndole sombras en los ojos, no sé bien por qué, pero lo hacía con mucho amor, porque yo la amaba, porque era mi tía especial que mantenía su cariño por mí a pesar de mi ingratitud.

Y de pronto, me alejé de esa cabeza flotando en sopa seca, me fui volando a una especie de playa, de casa de la playa, pero en otro lugar, y me vi con la mitad del cuerpo cubierto de ronchas, de herpes, granos horribles que se volvían más horribles por vanidad, porque estabas tú en esa casa y yo quería estar linda para ti. Y me puse el bikini y la mitad de mi cuerpo era atacado por esta alergia terrible que no era más que el signo de un error que yo estaba cometiendo en ese mismo momento, pero que nunca pude descubrir. Y lo único que pude sentir en el sueño, en esa casa, con mi bikini preparándome para la playa, era la frustración de no poder decirte que me moría de ganas de abrazarte y darte un beso y de ver qué pasaba después. Así como en la vida, en el sueño también cargaba yo con esa imposibilidad angustiante.

Después nos fuimos a un campo, tú y yo y parece que estaba también tu novia, pero aparecía de repente. Ni odio ni envidia me despertaba, solo mucha curiosidad y a veces pena, porque yo no quería herirla y porque yo no quería que tú la hirieras tampoco por mí. Entonces yo me quedaba sin hacer nada, como siempre, solo trataba de acompañarte lo que más podía, como una presencia extraña, ambigua que no se atreve a pedir más porque tiene miedo a cualquier tipo de consecuencia.

Y nos quedamos rodeados del campo y de las familias de ambos que en verdad no se conocen. Nos ponemos a caminar en dirección a una ceremonia religiosa, una especie de misa por la pascua de resurrección, pero organizada por los conejos, los de verdad. Y todos los animales hablaban como humanos y tenían millones de huevos de chocolates a su alrededor y no rezaban como en las iglesias, pero yo no dudaba de que lo que hacían era igual de sagrado. Brillaban los animales en su festejo, rodeando una fogata  extrañamente luminosa. Habían conejos gigantes y el resto no se qué eran. Pasaba un tren por detrás, y estábamos rodeados de plantas y de una presencia maligna que  flotaba en el espacio mirándonos a todos, sin poder acercarse. Era como una luz, una energía entre negra y violeta, marginada de la ceremonia por una extraña fuerza protectora.

Y estaba mi amiga ahí, o parece que estuvo durante todo el sueño… No, estuvo a partir de la casa en la playa número dos, también con su bikini y también con las ronchas, y yo tenía miedo, tenia pavor de que te enamoraras de ella y no de mí, porque ella es linda y coqueta y yo soy una parca chica indiferente.

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