martes, 7 de junio de 2011

Atmósfera - 2008


Los seres humanos tenemos un poder increíble para abstraernos de la realidad. Cuando nuestro entorno no atrae nuestra atención, somos capaces de ignorarlo de una manera aterradora. Así lo hacemos cuando estamos en una clase aburrida, cuando no nos interesa seguir la línea argumentativa del profesor, cuando la gente insiste en contarnos estupideces o cuando vamos arriba de un bus. En este último caso, ir al lado de la ventana es una verdadera salvación para el abstraído.

Haciendo caso omiso de las conversaciones de las escolares de al lado, del diario que lee el señor del frente o del niño que llora dos metros más allá, el "abstraído en tránsito" va sumido profundamente en continuas reflexiones que no tienen nada que ver con la serie de imágenes que capta su retina. Porque todo sujeto que es presa de la abstracción, finge que mira el mundo a través del vidrio para no hacer evidente la sensación de ajenidad que lo invade. Ello se hace patente cuando el abstraído se ubica en la misma posición durante sus viajes en tren subterráneo. A menudo los trenes transitan por túneles en los que no hay mucho que ver. Pero, puesto que el abstraído no está preocupado realmente de sus ojos, la oscuridad le tiene sin cuidado.

El tiempo del abstraído se desvanece en un centenar de conexiones neuronales, que su rostro inexpresivo es incapaz de reflejar. La existencia de una vida paralela modificada por relatos imaginarios, sumen al sujeto en una ensoñación que es capaz de esfumarse tan fugazmente como aparece. Sin embargo, su fugacidad no influye en su intensidad. Las abstracciones gozan de una capacidad única de raptar conciencias, dejando al sujeto en cuestión, apartado de su propio entorno. La situación puede traer consecuencias negativas en caso de que el abstraído deba permanecer atento por mucho tiempo ante un mismo sujeto parlante. Durante el tiempo que la abstracción haya raptado su conciencia, el infeliz no tendrá ni la más mínima idea de lo que se haya dicho en su ausencia mental.

Es por ello que las abstracciones actúan, idealmente, en contextos de soledad poco atractivos desde el punto de vista sensorial. En ellos el sujeto se ve obligado a replegarse y a enfocar sus capacidades cognoscitivas y expresivas en sí mismo. Lo relevante de esta práctica es que permite crear límites psicológicos inquebrantables, aun cuando se está rodeado por decenas de desconocidos en un espacio notablemente pequeño.
Al abstraído le está permitido perderse libremente en sus pensamientos. Si quiere imaginar cosas o reír internamente, puede hacerlo. Paradójicamente el abstraído, en su autismo efímero, cumple con las reglas sociales de comportamiento. La misma sociedad es la que le permite abstraerse. Y es libre de construir los relatos que quiera con la única condición de volver a la realidad cuando así lo estime necesario su capacidad de raciocinio. Ahora, si el sujeto abstraído carece de esta última capacidad, podrá felizmente permanecer envuelto en abstracciones durante el tiempo que guste.

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