y me encuentro aquí, de nuevo. mordiendo el cojín con bordados fifís que mi mamá compró para mi cama. porque los cojines con bordados fifis tienen esa cosa "digna" que a la gente de clase media baja le gusta tener en sus casas. y porque yo aun vivo con mi mamá, y mi papá, y mi hermano y mi otro hermano, que también es un mamón, y mi gata, que es la máxima expresión de la dependencia emocional que se respira en este lugar.
lo muerdo con rabia, golpeo la cabeza contra la pared. me retuerzo. nunca me había retorcido tanto. le ruego a un dios en el que no creo. me voy abajo. bien abajo. se me escapa la fe. desaparece el concepto de mi cabeza. me decido con convicción por el resentimiento, la negación, la inutilidad del por qué. niego la voluntad. mi voluntad. el estúpido optimismo. apelo a la justicia divina. me olvido de la lógica. vuelvo al por qué. le cuento a este dios originado por mi oportunismo, que esto no debiera ser porque "no me lo merezco" y le detallo todas las veces en que me ha sucedido lo mismo, y le explico también las bondades que podría haberle entregado yo a otros si me hubiera dado la razón esta vez, y vuelvo a morder el cojín, vuelvo a retorcerme, vuelvo a golpear la cabeza.
porque no me oye, este dios no me oye, tiene la puerta cerrada con un cartel que aplaza mi atención burocráticamente, hasta nuevo aviso. me dice sutilmente que aun no entiendo nada. o que en verdad entiendo muy poco o peor aun, que no quiero entender. y yo le digo, "pero es que duele tanto", mientras me encojo de angustia ante su mirada. atenta. neutra.
me detengo.
me viene la calma de golpe. no me ilusiono con ella, pero la dejo llegar. "hay una posibilidad", me digo. advierto el autoengaño, pero no me importa. cualquier cosa antes de repasar otra vez los pensamientos suicidas. me aferro a la oportunidad. a un último encuentro que me permita entender, ya no desde mi no-dios, sino que desde mí, desde él. quizás removerlo un poco, quizás intentarlo una última vez, aunque resuene en mí la certeza del fracaso. una vez más. a ver qué sale.
pido una última cosa antes de olvidar: que el universo me regale una pena calma.
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