Ah, esa mirada... La he visto tantas veces.
Creo que hasta la entiendo.
El anuncio del tabú en un cuerpecito sutilmente contorneado, seductor en su ignorada desfachatez.
Lo puedo entender, sí...
Aunque me ponga los pelos de punta y me haga pensar que el plan está mal trazado,
que todos estamos condenados al instinto sin forma.
Los ojitos, el rosado intenso de los labios, y el milimétrico torzo, seguido por esas piernas de palillo.
Al frente: el observador.
Coronado por un gorro de jockey, la mirada de mala disposición y la expresión de una boca cementada por la líbido más amarga .
Tan amarga,
que en ella la moral no alcanza a expresarse.
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