sábado, 28 de diciembre de 2013

máma

"uno, dos tres", cuenta mi mamá en voz alta, haciendo una pequeña pausa para respirar en el tres. "uno, dos tres" dice para continuar cargando a mi abuela hasta su cama, con el rostro desencajado.

hace por lo menos dos años la máma no puede caminar ni con andador. hace por lo menos dos años que sus piernas son un par de hilachas atrofiadas por el parkinson. si algo puedo agradecer, es que a diferencia de la lela, su cambio fue gradual. en el transcurso de una década pasó de ser una señora déspota y machista, que me hacía lavar la loza que ensuciaban mis hermanos, a una niña silenciosa y sufriente. ahora que la miro, me resulta difícil unir su imagen a la de esa abuela que pasaba las noches en el club de tango y los veranos viajando por sudamérica. esa abuela que no sabía otra forma de demostrar el cariño que a través de generosas donaciones de dinero y que instalaba respeto a través de un vozarrón severo, ahora inexistente.

la máma tiene el pelo finito, como el de un bebé, y una expresión de tristeza permanente. sólo de vez en cuando, alguna visita inesperada es capaz de arrancarle una mueca de alegría sutil . cuando la máma aun podía verbalizar coherencias, su pasatiempo favorito era sacarle en cara la falta de dedicación a sus hijas. rara vez alguna de ellas recibió una palabra afectuosa de su parte, y esa ingratitud brutal sumada al historial de desatinos dolorosos, ha convertido su cuidado en una tarea especialmente desgastante.

yo no me puedo a mi abuela, pienso, mientras observo que a pesar de no tener casi nada de grasa en el cuerpo, el ancho de sus huesos y la rigidez de sus músculos la convierten en un ser particularmente pesado. cualquier desplazamiento de la máma por la casa moviliza de manera automática a todas las mujeres que estamos a su alrededor. si quiere ir al baño es necesario correr la mesa del living, destrancar la silla de ruedas, detener la máquina que le entrega el alimento a través de una sonda estomacal, acomodarle los pies y correr una serie de elementos de la sala que impiden poner en marcha la silla hasta su pieza. una vez en la habitación contamos de nuevo "un, dos, tres" y la máma se aferra al cuello de alguna de sus mujeres: hijas (de vientre o no), hermanas (de sangre o no) o enfermera, para ser trasladada a su baño personal. a veces no alcanza a llegar y hay que cambiarle toda la ropa. también es usual que a poco de terminar el ritual se le ocurra hacerse y haya que comenzar todo de nuevo. no importan los dolores de espalda, no importa el cansancio, no importa la pena.

desde mi egoísmo, yo la prefiero así: callada y vulnerable; derrochando ternura por pura convención. antes me daba miedo, antes ni siquiera la quería. tampoco la odiaba, simplemente, no sentía nada. creo que recién cuando se le extinguió la voz empecé a sentir amor hacia ella; por sus incoherencias seniles y su mirada perdida; por su afán de pulverizar el papel higiénico en millones de diminutos pedacitos.

"uno, dos, tres" vuelve a contar mi mamá para coordinar nuestros movimientos en la cama de la máma. usamos una sabanilla para acomodarla porque el contacto directo le produce dolor. "uno, dos, tres" y tiramos hacia la izquierda. "uno, dos, tres" y un poco más hacia arriba. "uno, dos tres"  y ya estamos listas. luego toca ponerle un cojín bajo  el costado izquierdo de su cuerpo, y otro bajo el brazo derecho. también son necesarias las esponjas en los pies y en la entrepierna.la tapamos, le hacemos cariño en la cabeza, le besamos la frente, y le decimos que la queremos. la última pastilla del día ya ha hecho efecto y la máma está durmiendo.

me quedo un rato observando su pieza. por todos lados hay cojines, esponjas, aparatos para enfermos, remedios y cremas para suavizar a la fuerza su cuerpo marchito. "la pieza anti-escaras" que casi ningún hombre de la familia conoce, porque limpiarle el poto a la máma es cosa de mujeres. porque la máma es la encarnación de su propia aberración gramatical; la deformación terrible de una maternidad mal acentuada.